Solabal

Solabal es Ábalos, Ábalos es Solabal

En la Rioja Alavesa, un pequeño pueblo llamado Ábalos guarda un secreto bien cuidado: la historia de tres familias que, desde pequeñas bodegas subterráneas, elaboraban vino como lo hicieron sus antepasados. En 1988, unieron sus manos, su tierra y sus sueños para dar vida a un proyecto llamado a convertirse en uno de los referentes de la Denominación de Origen Calificada Rioja. Ese mismo año embotellaron su primer vino, sellando en cristal la identidad de un pueblo. 

Hoy, al frente de esta historia viva está Iñigo Peciña, hijo de estas tierras y guardián de su legado. Nadie mejor que él para encarnar la verdad que todos aquí repiten: Solabal es Ábalos y Ábalos es Solabal.

El viñedo, un mosaico de 150 hectáreas repartidas en más de 400 parcelas, se extiende a una altitud media de 700 metros, muy por encima de los 400 que marcan la media de la región. Esa altura, junto a la riqueza de su suelo y la brisa fresca que acaricia las cepas, imprime a los vinos una frescura y una personalidad inconfundibles.  

Aquí conviven variedades históricas como la Viura, la Maturana Tinta, la Garnacha y, por supuesto, el Tempranillo, cada una aportando su propia voz a un coro que habla del paisaje, del clima y de la mano de quienes lo cuidan. La viticultura es respetuosa y precisa, buscando siempre que la uva exprese su carácter sin artificios, manteniendo el equilibrio entre tradición y futuro.

Cada botella de Solabal no es solo vino: es memoria líquida de un pueblo, es la suma de siglos de saber transmitido, de manos que podan en invierno y vendimian en otoño, de noches tranquilas en la bodega donde el tiempo hace su trabajo en silencio. Es, sobre todo, un homenaje a Ábalos y a la gente que lo mantiene vivo.